papal, cuyo formulismo tiene más de siete siglos de antigüedad, fue el uso de unos
colorantes químicos para que fuera más neta la diferenciación del humo blanco o negro
emitido por la chimenea tras las votaciones. Por lo demás, en la elección intervienen
sólo unas decenas de cardenales que además no pueden, bajo pena de excomunión,
informar públicamente sobre cosas del cónclave que la gente tiene derecho a conocer.
Para colmo, el papa elegido de esa manera es el único con poder para nombrar a los
nuevos cardenales y a todos los obispos del orbe.
¿Qué hacer? La publicación que se propone en este Foro, o la aprobación y apoyo de un
escrito o alguno similar presentado por algún otro colectivo o asociación, sería útil y
necesario. En realidad el pronunciamiento de nuestro Foro sobre todo tipo de temas es
imprescindible. Si no hiciésemos sería inútil la existencia de nuestro colectivo; sería tan
inútil como la existencia de unos tarros de sal o de levadura que jamás se utilizasen. Es
esencial recurrir al pueblo, informarle, convocarle, para que él se haga el protagonista
de su propia liberación. En realidad, ese era el “modus operandi” de Jesús de Nazaret:
dirigirse a las masas populares. Y lo hacía utilizando un lenguaje sencillo y didáctico
que las masas pudieran comprender. Las parábolas y los sermones de Jesús eran muy
comprensibles e iban rectas al corazón de la gente. De las epístolas de Pablo no se
puede decir lo mismo: iban dirigidas al cerebro de los destinatarios, servían para ilustrar
o corregir a personas convencidas pero no para convencer. De hecho, esas epístolas iban
dirigidas a personas ya convertidas. Es el mismo problema del discurso actual de la
Iglesia; el culto que se imparte en esta institución va destinado a gente que todavía
conserva algún tipo de vínculo con una cierta forma de práctica religiosa convencional:
bautizos, bodas, funerales… la misa dominical en el mejor de los casos, pero todo ello
desligado de un compromiso de verdadera evangelización en el sentido original del
término. Parece que después de cinco siglos nuestra jerarquía eclesial no aprendió nada;
después de la pérdida humana que supuso el proceso de la Reforma en el siglo XVI, la
Iglesia perdió a los intelectuales en el siglo XVIII, a los obreros en el XIX, a la juventud
en el XX. Y ahora, en el siglo XXI, cuando tan visible es el proceso de pérdida de las
mujeres, nuestro “sabios” electores cardenales eligen un papa con fama de misógino,
contrario a la igualdad entre los sexos y a los derechos de la mujer. Al nuevo pontífice
se le presenta como muy sensible a ciertos aspectos de la problemática social. Imposible
saber si es una imagen que se le está fabricando o responde a su verdadera manera de
ser. Pero el hecho de que tengamos esa duda y debamos esperar a ver qué pasa y como
se decanta sobre una serie de cuestiones indica hasta qué punto la institución eclesial
aleja el poder decisorio de las masas interesadas en su propio destino para ponerlo en las
manos de personas que se creen inspiradas y asistidas por el Altísimo para disponer
sobre cosas que atañen a millones de personas sin contar con ellas.
La liberación popular de la tutela clerical debe ser pareja de la que el pueblo tiene que
conseguir también con relación al poder económico y su lacayo el poder político. La
Reforma promovida por Lutero prosperó incluso contra la voluntad de él mismo, que la
quería tener bajo control, limitándola a un movimiento religioso. Su éxito radicó en que,
sin percibirlo él mismo, las ideas religiosas que expuso evocaban una igualdad
evangélica que constituían la negación del sistema feudal entonces imperante. La
entonces naciente burguesía y los campesinos, aunque con contradicciones entre ellos –