REFLEXIÓN ANTE EL 50 ANIVERSARIO DEL
CONCILIO VATICANO II
En relación a este tema ya me pronuncié en su momento, cuando en nuestro Foro
Gaspar García Laviana se pidió que cada miembro del grupo redactase un texto con
su opinión. El mío, aparte de haber sido enviado a todos, aparece publicado en la página
web de REDES CRISTIANAS. Se le puede ver en la dirección:
carleos.epv.uniovi.es/~faustino/foroggl/articulos/concilio.html
Ese texto sigue expresando mi opinión sobre el tema y nada tengo que quitar o añadir a
lo que dice. Si ahora vuelvo a referirme al asunto es para contestar a alguna opinión que
suscitó y para reflexionar sobre las aportaciones de otros miembros del Foro.
Una pregunta que surgió en nuestro grupo a propósito de ese y otros escritos míos es si
se hacen desde dentro o desde fuera de la Iglesia Católica. La verdad es que ni me lo
planteé siquiera. Esta Iglesia u otra cualquiera no es para un referente en torno al
cual me deba situar; sólo intento situarme dentro del espíritu del Evangelio de Jesús de
Nazaret, tal como yo sinceramente lo entiendo. En concreto, cuando Jesús proclamaba
su mensaje sobre el Reino de Dios, ¿lo estaba haciendo desde dentro o desde fuera del
judaísmo? Alguna frase suya, como la de que no había venido a destruir la Ley y los
Profetas, sino a perfeccionarlos, parece indicar que quería dejar claro que se situaba
dentro de la tradición religiosa judía. Pero otras frases, como la de que no conviene
echar vino nuevo en odres viejos ni poner un remiendo nuevo en un vestido viejo parece
indicar que él entendía que su mensaje evangélico superaba y transcendía el judaísmo
más que insertarse en él. Pues bien, lo que entiendo a propósito de este tema es que ese
mensaje evangélico de Jesús transciende y supera tanto a la Iglesia Católica y a todas las
iglesias cristianas como al judaísmo. Ese mensaje es la base o cimiento sobre el que se
asientan todas las iglesias y sectas cristianas, y en realidad es lo único permanentemente
válido del cristianismo. Lo demás es eventual, coyuntural, provisional… algo que, en el
mejor de los casos, tuvo o pudo tener validez en un momento determinado¹ pero que es
superable, mejorable, sustituible, prescindible, no esencial… y esto vale para todos los
ritos litúrgicos, no pocas teologías, las jerarquías eclesiales, el sacerdocio, bastantes
sacramentos, el legado dogmático, las propias estructuras eclesiales y, por supuesto,
todos los códigos de derecho canónico habidos y por haber.
Y también los concilios. Los concilios tienen sentido en el contexto de un cristianismo
encuadrado en
I
glesias con una estructura organizativa
,
unas nor
m
as
,
unos ritos
,
unas creencias
que funcionan como aglutinante de la comunidad, unas jerarquías que se auto-asignan
autoridad, unas pretensiones de legitimidad más o menos basadas en una pretendida
tradición apostólica… Pero esa forma de concebir las comunidades o agrupaciones de
seguidores de Jesús de Nazaret no tiene por qué ser definitiva. Quiero creer que cuando
hayan transcurrrido otros dos milenios existirán en el mundo formas más inteligentes y
Artículo escrito en el contexto
de un debate del Foro de
Cristianos GASPAR GARCÍA
LAVIANA, en marzo de 2013
más racionales de vivir en comunidad el mensaje evangélico y trabajar en serio por la
continua renovación de las cosas humanas en orden a conseguir que la sociedad se
ajuste cada vez más al ideal que el Maestro definía como “el Reino de los Cielos”.
En el proceso de avance hacia ese ideal no juningún papel positivo ninguno de los
concilios que tuvieron lugar hasta ahora, ni siquiera el Vaticano II, al que tanto incienso
y tanta poesía se le dedica en los círculos progresistas como nuestro Foro Gaspar
García Laviana. Veamos, por ejemplo, lo que se dice en uno de los escritos
presentados en este debate acerca de ese Concilio. Aparecen expresiones como:
El deseo de una Iglesia distinta vivía en el corazón de muchos…
El Espíritu cultivaba anheladas esperanzas de renovación…
La convocatoria del Concilio Vaticano II supuso una eclosión de optimismo…
… hubo un tiempo de ilusión…
Vamos a aclarar una cosa: esa esperanza, ilusión, etc. existía sólo en una pequeña
m
inoría ilustrada y concienciada de
m
iembros de la
I
glesia
,
con
m
uy poca incidencia y peso
social entre la masa del rebaño. Y lo mismo se puede decir de la frustración que produjo
después el parón y desvirtua
m
iento de las disposiciones conciliares
. E
sa frustración y disgusto
fue y sigue siendo vivido sola
m
ente por la
m
is
m
a
m
inoría atípica de los que constituimos
el sector crítico del colectivo eclesial. La gran masa de fieles no se enteró para nada del
asunto, y no sintió nada ni durante ni después del Concilio, ni ahora tampoco. El
Concilio, todos los concilios, son asambleas cerradas de varios centenares de obispos
que hablan de cosas que la gente no entiende. Que de los debates conciliares salga un
resultado u otro es algo que no preocupa en absoluto a la mayoría de los católicos. Los
que nos interesamos por estos temas y procuramos informarnos sobre ellos sabemos que
un tema importante del debate en el Vaticano II fue la alternativa entre dos modelos o
concepciones de Iglesia: la que ponía el acento en la comunión (basada en la
comunidad de fe y participación en los mismos sacramentos), y la que primaba lo
jurídico (basada en la aceptación y el sometimiento a la autoridad jerárquica que dicta
leyes y gobierna a los fieles). El tema era importante, por supuesto, pero no tuvo ni
podía tener ninguna transcendencia ya que la base eclesial ni se enteró de que existía tal
debate. Y no podía saberlo ya que el aula conciliar en el que se debatía eso era un coto
cerrado, una torre de marfil sin contacto con el mundo; los padres conciliares se lo
guisaban y se lo comían todo entre ellos, y el pueblo cristiano no pintaba nada en todo
ese asunto. Sin duda se trabajaba por el pueblo y para el pueblo, pero sin el pueblo. Los
logros teóricos de la Asamblea llegaron al público sólo “a posteriori” y a través de los
documentos conciliares, pero el blico católico está tradicionalmente acostumbrado a
no leer. Un altísimo porcentaje de católicos jamás lela Biblia, y los que tienen una
bellamente encuadernada en una estantería en su casa tampoco suelen leerla. Así se
explica que muchos católicos practicantes se sorprendieron cuando se enteraron de que
el Papa había dicho que en el portal de Belén no había ni mula ni buey. Bastaba con leer
los relatos evengélicos de Lucas y Mateo sobre la infancia de Jesús para saber que allí
no se menciona ninguna mula y ningún buey. Pues bien, una gente que no se molestó en
leer esos breves y amenos relatos, ¿se espera que lean unos tochos pesados difíciles de
entender como la Gaudium et Spes y la Lumen Gentium?
Así pues, la teoría de tales documentos es útil solamente si informan a la gente, y la
gente actúa en función de ellos. En caso contrario es como si no existieran. Que los
pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI hayan sido un período de anulación de
los logros del Vaticano II es algo que tiene significado sólo para las minorías que
conocían y apreciaban esos logros. El común de los católicos jamás se enteró de la
existencia de tales logros y no podía reaccionar a su supresión. Lo que la Iglesia
enseñaba a los fieles sobre el Concilio era una propaganda oficial y oficialista que no
entraba en demasiados detalles sobre las aportaciones novedosas y que no establecía la
relación entre los pretendidos cambios y la problemática espiritual y social de la gente.
No es casualidad que lo único que quedó de las reformas conciliares fue los cambios
litúrgicos: la desaparición del latín en la liturgia, la ubicación del celebrante de la misa
frente al público esas eran cosas visibles, tangibles; no sería fácil hoy dar marcha
atrás en esos cambios pues la gente ya los asumió. Y sin embargo eso es lo menos
importante de las reformas conciliares; personalmente yo no tengo nada contra el latín
ni contra ningún otro idioma. Y lo que más me extraña en la celebración de la eucaristía
no es la posición del celebrante con relación al público sino la propia existencia de un
celebrante diferenciado del público y segregado de él. Toda la celebración litúrgica de la
misa, incluyendo los dos actos más importantes: la homilía y la consagración, corren a
cargo del celebrante con exclusión del blico. En la homilía él es el único que habla y
pretende enseñar, y en la consagración él es el único que oficia. Al pueblo cristiano sólo
se le permite asistir a la ceremonia, que, por otra parte, es bastante más de lo que se le
permite con relación a las asambleas conciliares, los sínodos diocesanos, las reuniones
de la Conferencia Episcopal y los cónclaves de elección papal.
Al hablar del escaso o nulo impacto de las disposiciones conciliares sobre el colectivo
eclesial no hay que minusvalorar el caso excepcional de América Latina. Allí se
desarrolló una Teología de la Liberación que, sí, intentaba ligar el espíritu de
renovación que emanaba de la Asamblea conciliar con la vida y la problemática real de
las personas. La forma en que fue abortada esa experiencia es un ejemplo típico de la
colaboración del aparato jerárquico eclesial con los poderes económico y político del
sistema para conservar la injusta realidad existente. Una vez más la Iglesia institucional
se prestó a jugar el papel de factor ideológico al servicio de las clases dominantes.
Por lo demás, la desconexión entre las discusiones conciliares y la vida de la gente es
tradicional en la historia de la Iglesia. Para no sobrecargar esta argumentación con
demasiados ejemplos citaré sólo uno, el de una señalada ocasión perdida de auto-
refor
m
a de la
I
glesia
. M
e refiero al período entre el
C
oncilio de
C
onstanza (1413-1418) y
el
B
asilea
-
F
errara
-
F
lorencia
(
1431
-
1445
). E
n algunos libros de historia a
m
bos concilios son
considerados como uno solo
. E
l intento de refor
m
a de la
I
glesia era un asunto interno
,
tan
interno que concera sólo a los padres conciliares
. E
l lla
m
ado
“C
is
m
a de
O
ccidente
era algo
que afectaba sólo al alto clero. Los cristianos de los diversos territorios del occidente
europeo no sabían cuál de los dos o tres papas existentes simultáneamente era más
leti
m
o que los otros y ta
m
poco co
m
prenan nada de las diferencias que pudiera haber entre
ellos, ni sabían, ni les importaba, a cuál de ellos estaban sometidos jurisdiccionalmente.
La solución interna que se dio el Concilio de Constanza, aparte de destituir a los tres
papas y elegir uno nuevo, fue la doctrina llamada “conciliarismo”. Según esa doctrina,
el Concilio es superior en autoridad al papa. El Concilio sería como una asamblea o
parlamento permanente y el papa vendría a ser como un rey constitucional,
representante de esa Asamblea y sometido a ella y a sus decretos. La idea era interesante
y viable, de hecho, ese es el caso de los modernos parlamentos nacionales y sus
respectivas constituciones. Además el asunto funcionó durante algún tiempo: varios
sucesivos papas de ese período se acomodaron a ese esquema. Cuando en 1431 la
Asamblea conciliar se reunió en Basilea, aquello no fue considerado un nuevo concilio
sino como la segunda temporada del anterior, en aquella ocasión para afrontar la
reunificación con los cristianos de Oriente. Esta reunificación no fue tan exitosa como
la de Occidente, pero el mayor fracaso fue que en las sesiones conciliares recuperaron el
control de la Iglesia las fuerzas más tradicionales de la institución, favorables al poder
monárquico absoluto del papa. En Florencia, última sede del Concilio, se puso fin al
“conciliarismo” y se consagró el poder absoluto del Pontífice de Roma.
L
o que interesa destacar aquí de ese fracaso del conciliaris
m
o es que el pueblo cristiano no
reaccionó en absoluto al retroceso que significaba ese paso
. D
e hecho
,
los calicos europeos
ni siquiera se habían enterado de que durante 32 años habían vivido bajo un régimen
eclesial diferente. Ni la aprobación del conciliarismo ni su supresión significó nada para
la gente común; eso era algo que afectaba solamente al alto clero de la Iglesia. De lo que
ocurría en las aulas conciliares de Constanza, Basilea y Florencia se enteraban sólo los
obispos que estaban allí dentro. Ocurra lo que ocurra en esos antros, la gente lo ignorará
y no actuará en función de ello. Muy diferente sería la situación que se produjo en
Europa un siglo más tarde, con ocasión de la Reforma luterana. Cuando Martín Lutero
clavó en la puerta de la catedral de Wittenberg, y luego dio a la imprenta, el documento
con sus famosas 95 tesis, estaba haciendo algo cuya importancia posiblemente ni él
mismo comprendía del todo: estaba recurriendo al pueblo, al verdadero protagonista de
la Historia, estaba rompiendo una tradición eclesial de más de un milenio de ninguneo
del pueblo, una tradición que secuestraba en las aulas conciliares la discusión de asuntos
que concernían a todo el pueblo, y secuestraba también las Escrituras confinándolas en
los idiomas antiguos que la gente no comprendía. Con todo eso rompía el agustino
alemán y recurría al pueblo para que este tomara en sus manos los asuntos que le
concernían. La jerarquía eclesial, fiel a su método tradicional, intentó sustraer del
ámbito popular la discusión de las cuestiones abordadas por las 95 tesis y confinarlas en
el claustro de alguna sede conciliar. Con razón los colectivos populares que habían
asumido las reformas propuestas por Lutero protestaron (de ahí viene el término
“protestante”) por el intento de marginarles de la toma de decisiones sobre asuntos que
les afectaban. Sabían que la costumbre de “la casa” era sustraerles el debate y dejar que
unos centenares de obispos decidieran por toda la cristiandad. Decidieron abandonar tal
“casa” hasta que ésta se dote de procedimientos más transparentes y participativos, cosa
que no ha ocurrido aún después de casi cinco siglos.
En efecto, la transparencia y la participación popular siguen estando ausentes en la
Iglesia Católica como se vio recientemente, por ejemplo, en la elección del nuevo papa.
Hoy, cuando los gobernantes de las naciones son elegidos en votaciones públicas e
investidos en sesiones parlamentarias cuyos debates son transmitidos en directo por
televisión, la única innovación modernizante introducida en el método de elección
papal, cuyo formulismo tiene más de siete siglos de antigüedad, fue el uso de unos
colorantes químicos para que fuera más neta la diferenciación del humo blanco o negro
emitido por la chimenea tras las votaciones. Por lo demás, en la elección intervienen
sólo unas decenas de cardenales que además no pueden, bajo pena de excomunión,
informar públicamente sobre cosas del cónclave que la gente tiene derecho a conocer.
Para colmo, el papa elegido de esa manera es el único con poder para nombrar a los
nuevos cardenales y a todos los obispos del orbe.
¿Qué hacer? La publicación que se propone en este Foro, o la aprobación y apoyo de un
escrito o alguno similar presentado por algún otro colectivo o asociación, sería útil y
necesario. En realidad el pronunciamiento de nuestro Foro sobre todo tipo de temas es
imprescindible. Si no hiciésemos sería inútil la existencia de nuestro colectivo; sería tan
inútil como la existencia de unos tarros de sal o de levadura que jamás se utilizasen. Es
esencial recurrir al pueblo, informarle, convocarle, para que él se haga el protagonista
de su propia liberación. En realidad, ese era el “modus operandi” de Jesús de Nazaret:
dirigirse a las masas populares. Y lo hacía utilizando un lenguaje sencillo y didáctico
que las masas pudieran comprender. Las parábolas y los sermones de Jesús eran muy
comprensibles e iban rectas al corazón de la gente. De las epístolas de Pablo no se
puede decir lo mismo: iban dirigidas al cerebro de los destinatarios, servían para ilustrar
o corregir a personas convencidas pero no para convencer. De hecho, esas epístolas iban
dirigidas a personas ya convertidas. Es el mismo problema del discurso actual de la
Iglesia; el culto que se imparte en esta institución va destinado a gente que todavía
conserva algún tipo de vínculo con una cierta forma de práctica religiosa convencional:
bautizos, bodas, funerales… la misa dominical en el mejor de los casos, pero todo ello
desligado de un compromiso de verdadera evangelización en el sentido original del
término. Parece que después de cinco siglos nuestra jerarquía eclesial no aprendnada;
después de la pérdida humana que supuso el proceso de la Reforma en el siglo XVI, la
Iglesia perdió a los intelectuales en el siglo XVIII, a los obreros en el XIX, a la juventud
en el XX. Y ahora, en el siglo XXI, cuando tan visible es el proceso de pérdida de las
mujeres, nuestro sabios” electores cardenales eligen un papa con fama de misógino,
contrario a la igualdad entre los sexos y a los derechos de la mujer. Al nuevo pontífice
se le presenta como muy sensible a ciertos aspectos de la problemática social. Imposible
saber si es una imagen que se le está fabricando o responde a su verdadera manera de
ser. Pero el hecho de que tengamos esa duda y debamos esperar a ver qué pasa y como
se decanta sobre una serie de cuestiones indica hasta qué punto la institución eclesial
aleja el poder decisorio de las masas interesadas en su propio destino para ponerlo en las
manos de personas que se creen inspiradas y asistidas por el Altísimo para disponer
sobre cosas que atañen a millones de personas sin contar con ellas.
La liberación popular de la tutela clerical debe ser pareja de la que el pueblo tiene que
conseguir también con relación al poder económico y su lacayo el poder político. La
Reforma promovida por Lutero prosperó incluso contra la voluntad de él mismo, que la
quería tener bajo control, limitándola a un movimiento religioso. Su éxito radicó en que,
sin percibirlo él mismo, las ideas religiosas que expuso evocaban una igualdad
evangélica que constituían la negación del sistema feudal entonces imperante. La
entonces naciente burguesía y los campesinos, aunque con contradicciones entre ellos
que se saldaron en la guerra campesina necesitaban emanciparse ideológicamente del
poder y la enseñanza eclesial que había consagrado durante muchos siglos el poder
feudal, y las ideas de Lutero cuestionaban el Magisterio y la autoridad eclesial, de ahí la
oportunidad histórica de su aparición. Pues bien, esta Iglesia que parece no aprender
nada de la historia, y que no vacila en traicionar el espíritu del Evangelio cuando así
conviene a sus intereses, se consagra al apoyo ideológico de un sistema capitalista
basado en la explotación de millones de seres humanos y la liquidación de derechos y
conquistas sociales que había sido muy doloroso conseguir, un sistema imperialista que
ante las dificultados para darle una salida capitalista a la crisis económica parece estar
avanzando a pasos agigantados hacia una nueva guerra mundial. Por eso se ha de unir la
reivindicación de más democracia, igualdad y participación en la Iglesia, con de más
democracia, igualdad y participación en la sociedad. Algo así como una Teología de la
Liberación a escala planetaria. La tarea es difícil pero las cosas no estaban mucho mejor
cuando Jesús lanzó su mensaje liberador. Se trata de revivir el carisma que impulsó a las
primeras comunidades cristianas. Saber encarnar las profundas aspiraciones de la
humanidad y buscar sólo el Reino de Dios y su justicia.
En su forma actual, el documento que se propone en nuestro Foro puede servir para
dirigirse a los sacerdotes, es decir a los que sean sensibles a este tipo de cuestiones y
que la Iglesia sea para ellos la comunidad de los seguidores de Jesús y no, simplemente,
la empresa en la que trabajan. Más dudas tengo en lo que se refiere al público en
general. En este tema y otros muchos sobre los que tenemos que dirigirnos a la gente
habría que utilizar un lenguaje más didáctico, algo que muestre la estrecha relación
existente entre la necesidad de hacerse protagonistas de su liberación en una Iglesia
cuyo funcionamiento está controlado por fuerzas adversas a sus intereses, y la necesidad
de hacerse protagonistas de su liberación también en una sociedad cuyo funcionamiento
está bajo el control de las mismas fuerzas adversas. La cuestión no es ahora si conviene
o no que tenga lugar un nuevo Concilio. Ya vimos las limitaciones y el alcance de ese
tipo de Asambleas. Si no hay una democratización real en el funcionamiento de la
estructura eclesial, a todos los niveles, un nuevo Concilio sería una nueva ocasión
perdida. Se debe concienciar y culturizar el pueblo para que no se deje imponer por
ningún tipo de autoridad credos, cultos y políticas que no le convienen. Si sabemos
desempeñar esa función el resultado puede ser espectacular. Las fuerzas del sistema
empeñadas en mantener el actual estado de cosas, o modificarlo lo a su favor, saben
que deben mantener embrutecido a ese protagonista de la Historia que es el pueblo: esa
es la finalidad de tanto futbol y otras distracciones enajenadoras. Pero si ese gigante se
despierta podhacer cosas grandes El mejor instrumento ideológico para ese despertar
es el mensaje de Jesús. Él dijo que no había venido a traer paz al mundo. Sabemos que
no estaba propiciando la violencia y las guerras: quería decir que su mensaje evangélico
es un potente revulsivo, un purgante capaz de poner patas arriba los sistemas injustos y
renovar la faz de la Tierra.
¹ En el mejor de los casos, porque en el peor aparecen cosas como las cruzadas y la
Inquisición que no son justificables en ninguna época ni circunstancias.